CREUSA

Por ominosos páramos nocturnos,
que apenas unas horas antes eran
verdes laderas llamadas patria,
do columnas de humo se yerguen
cual brazos que imploran piedad a los dioses
y el viento que sopla a la espalda
esparce un aroma a carne quemada,
do las blancas estancias del palacio de Príamo
han teñido sus muros
del hórrido tono tan caro a los ojos de Ares
y hasta las piedras imploran la vuelta
de aquel que bajo el fiero brazo peleida
encontró las negras Keres de su mal hado
(ante el regocijo de Palas Atena),
do las heroicas hijas de Príamo
alimentan las húmedas fauces
de los hambrientos ejércitos argivos
y la ira y el miedo aceleran los pasos dolidos
de quienes harán que el mundo se incline ante ellos:
un cuerpo cae cual ave herida en el vuelo.

Siempre se renuncia a algo
si de aspirar a la grandeza se trata.

Se esfuman a lo lejos las sombras
de Anquises, Ascanio y el hijo de Venus;
atrás, reluce temible entre el fuego
el bronce grabado de los aqueos.

DEUS EX MACHINA

Zambulle los ojos en la pantalla
(pequeño cuadro de luz que devora galaxias)
y como una deidad que reina
sobre un universo torcido y enfermo,
de un solo soplo descifra y encripta,
simultáneamente,
las claves del juego.

Rasga el aire con voz inhumana,
la Palabra flota como un gas que enrarece el aire,
inclina la cabeza cansada sobre su hombro
y todo bajo su imperio se vuelve silencio expectante.
Quizá duerma sereno desde lo más profundo de su trono,
sabido es que Dios crea el universo soñando;
el coro de los ángeles aguarda el fin del mensaje
para llevar la nueva a cada rincón del orbe.
Lucifer también se ha dado cita,
fiel a su costumbre intenta oponerse al Maestro,
pero antes de que su voz enemiga siempre la duda
algo parecido a una oración rompe el letargo.
Todo sigue su curso, según lo esperado
(Dios tira -aburrido- los dados
y nadie consigue verlos).

Son Stephen Hawking y sus pupilos,
una gris mañana de otoño en Cambridge.