* * *
Apenas recuerdo el resto de la velada; supongo que me quedé dormido. cuando me desperté estaba tumbado en la cama; Valérie, desnuda a mi lado, respiraba regularmente. La desperté al moverme para coger un paquete de tabaco.
-Agarraste una buena anoche...
-Sí, pero lo que le he dicho a Jean-Yves iba en serio.
-Creo que lo ha tomado en serio... - Me acarició el vientre con las yemas de los dedos-. Además, creo que tienes razón. En Occidente, la liberación sexual se ha acabado para siempre.
-¿Sabes por qué?
-No... -Dudó, y luego dijo-: No, en el fondo no.
Yo encendí un cigarrillo, me acomodé contra la almohada y dije:
-Chúpamela.
Ella me miró con sorpresa, pero me puso una mano en los huevos y acercó la boca.
-¿Lo ves? -exclamé con expresión triunfante. Ella se interrumpió y me miró con asombro-. ¿Lo ves? Te digo que me la chupes, y lo haces. Aunque no tenías ganas.
-Bueno, no estaba pensando en eso; pero me gusta.
-Eso es lo maravilloso de tí: te gusta dar placer. Lo que los occidentales ya no saben hacer es precisamente eso: ofrecer su cuerpo como objeto agradable, dar placer de manera gratuita. Han perdido por completo el sentido de la entrega. Por mucho que se esfuercen, no consiguen que el sexo sea algo natural. No sólo se avergüenzan de su propio cuerpo, que no está a la altura de las exigencias del porno, sino que, por los mismos motivos, no sienten la menro atracción hacia el cuerpo de los demás. Es imposible hacer el amor sin un cierto abandono, son la aceptación, al menos temporal de un cierto estado de dependencia y de debilidad. La exalatación sentimental y la obsesión sexual tienen el mismo origen, las dos proceden del olvido parcial de uno mismo; no es un terreno en el que podamos realizarnos sin perdernos. nos hemos vuelto fríos, racionales, extremadamente conscientes de nuestra existencia individual y de nuestros derechos; ante todo, queremos evitar la alienación y la dependencia; para colmo estamos obsesionados con la salud y con la higiene: ésas no son las condiciones ideales para hacer el amor. En Occidente hemos llegado a un punto en que la profesionalización de la sexualidad se ha vueto inevitable. Desde luego, también está el sadomaso. Un universo puramente cerebral, con reglas precisas y acuerdos establecidos de antemano. A los masoquistas sólo les interesan sus propias sensaciones, queren saber hasta dónde pueden llegar por el camino del dolor, un poco como los aficionado sa los deportes extremos. Los sádicos son harina de otro costal, siempre van lo más lejos que pueden, quieren destruir: si pudieran mutilar o matar, lo harían.
-No me apetece volver a pensar en eso -dijo ella, estremeciéndose-. Me repugna de verdad.
-Porque sigues siendo sexual, animal. De hecho eres normal, no pareces de Occidente. El sadomaso organizado, con sus reglas, sólo le interesa a la gente culta, cerebral, que ha perdido cualquier atracción por el sexo. Para todos los demás sólo queda una solución: los productos porno, con profesionales; y si uno queire sexo de verdad, los países del Tercer Mundo.
-Bueno... -Valérie sonrió-. ¿Puedo seguir chupándotela?
Me recliné sobre la almohada y me dejé hacer. En ese momento era vagamente consciente de hallarme en el origen de algo: en el terreno económico estaba seguro de tener razón, estimaba la clientela potencial de adultos occidentales en un ochenta por ciento; pero sabía que a la gente le cuesta a veces aceptar las ideas simples, por raro que parezca.
-Agarraste una buena anoche...
-Sí, pero lo que le he dicho a Jean-Yves iba en serio.
-Creo que lo ha tomado en serio... - Me acarició el vientre con las yemas de los dedos-. Además, creo que tienes razón. En Occidente, la liberación sexual se ha acabado para siempre.
-¿Sabes por qué?
-No... -Dudó, y luego dijo-: No, en el fondo no.
Yo encendí un cigarrillo, me acomodé contra la almohada y dije:
-Chúpamela.
Ella me miró con sorpresa, pero me puso una mano en los huevos y acercó la boca.
-¿Lo ves? -exclamé con expresión triunfante. Ella se interrumpió y me miró con asombro-. ¿Lo ves? Te digo que me la chupes, y lo haces. Aunque no tenías ganas.
-Bueno, no estaba pensando en eso; pero me gusta.
-Eso es lo maravilloso de tí: te gusta dar placer. Lo que los occidentales ya no saben hacer es precisamente eso: ofrecer su cuerpo como objeto agradable, dar placer de manera gratuita. Han perdido por completo el sentido de la entrega. Por mucho que se esfuercen, no consiguen que el sexo sea algo natural. No sólo se avergüenzan de su propio cuerpo, que no está a la altura de las exigencias del porno, sino que, por los mismos motivos, no sienten la menro atracción hacia el cuerpo de los demás. Es imposible hacer el amor sin un cierto abandono, son la aceptación, al menos temporal de un cierto estado de dependencia y de debilidad. La exalatación sentimental y la obsesión sexual tienen el mismo origen, las dos proceden del olvido parcial de uno mismo; no es un terreno en el que podamos realizarnos sin perdernos. nos hemos vuelto fríos, racionales, extremadamente conscientes de nuestra existencia individual y de nuestros derechos; ante todo, queremos evitar la alienación y la dependencia; para colmo estamos obsesionados con la salud y con la higiene: ésas no son las condiciones ideales para hacer el amor. En Occidente hemos llegado a un punto en que la profesionalización de la sexualidad se ha vueto inevitable. Desde luego, también está el sadomaso. Un universo puramente cerebral, con reglas precisas y acuerdos establecidos de antemano. A los masoquistas sólo les interesan sus propias sensaciones, queren saber hasta dónde pueden llegar por el camino del dolor, un poco como los aficionado sa los deportes extremos. Los sádicos son harina de otro costal, siempre van lo más lejos que pueden, quieren destruir: si pudieran mutilar o matar, lo harían.
-No me apetece volver a pensar en eso -dijo ella, estremeciéndose-. Me repugna de verdad.
-Porque sigues siendo sexual, animal. De hecho eres normal, no pareces de Occidente. El sadomaso organizado, con sus reglas, sólo le interesa a la gente culta, cerebral, que ha perdido cualquier atracción por el sexo. Para todos los demás sólo queda una solución: los productos porno, con profesionales; y si uno queire sexo de verdad, los países del Tercer Mundo.
-Bueno... -Valérie sonrió-. ¿Puedo seguir chupándotela?
Me recliné sobre la almohada y me dejé hacer. En ese momento era vagamente consciente de hallarme en el origen de algo: en el terreno económico estaba seguro de tener razón, estimaba la clientela potencial de adultos occidentales en un ochenta por ciento; pero sabía que a la gente le cuesta a veces aceptar las ideas simples, por raro que parezca.
Michel Houellebecq, Plataforma.