Un bosque sumergido en la niebla,
el barullo de las aves
en la última hora de la tarde,
diminutas gotas de rocío
sobre grandes hojas verdes,
la imagen borrosa de una niña que
me hace cruzar la calle sin cuidado,
una larga caminata sin rumbo,
comer uvas de tu mano,
oraciones breves y bien escritas,
escuchar Toccata e fuga en penumbras,
el ruido del viento al mover la hierba,
despertar de madrugada y entrar
en tu sexo tibio,
auroras boreales imaginadas,
una canción vieja que me colapsa,
soñar el abrazo de quien se ha ido
y sentir el calor de quien ha llegado,
caminar de madrugada por una calle empedrada,
ver reptar la sombra de una nube
parado en la cima de una montaña,
besar sobre un puente,
un eclipse solar,
algunas noches de invierno,
leer frente al mar en una tarde obscura,
tus pequeños sobresaltos mientras duermes,
vino en abundancia y esas charlas
que se prolongan hasta que llega la mañana,
los pasos de un gato,
contemplar por vez primera la caída de la nieve,
un Velázquez o un Tiziano,
una casona que se desmorona,
jardines silenciosos y desiertos,
un antiguo poema épico,
tu cintura, tus ojos
y tus labios;
esas manifestaciones de lo bello
podrían hacerme orar agradecido,
si creyese como tú en algo.
Sombra sin dios
dirijo a ti mis palabras,
como quien alza su voz
hacia lo sagrado.