Para B.
Cuando en tus blancas arenas
deposite la mar espumosa, los restos
de la última nave que intentó alcanzar tu puerto,
toma al menos un minuto y piensa
en la esperanza depositada en ese barco.
Piensa en la pacífica isla,
donde aquél malhadado navío atracó por años;
en las muchas ilusiones
de quienes se hicieron a la mar embravecida,
abandonando la serena tranquilidad de su exilio
y reconstruye el optimismo de los rostros,
el latir impetuoso de los corazones
y el estremecimiento de los cuerpos,
cuando al despuntar el día sobre su nave,
veían extenderse sin fin las profundas aguas
y en sus ojos se vislumbraba
la intuición de lo desmedido de su sueño.
Piensa un minuto en ellos y
no compadezcas la necedad de su viaje,
antes bien toma entre tus manos
un fragmento de aquella nave desdichada
y devuélvelo a las olas;
tal vez así, en el salino olvido del agua,
halle reposo la memoria de aquellos
que buscaban en tu puerto
la posibilidad de su utopía.