Una vez, uno de los Mayores Poetas Vivientes del mundo me explicó –nosotros, los simples emborronadores de prosa, tenemos que acudir a los poetas en busca de sabiduría, razón por la que este libro está plagado de ellos; mi amigo, colgado cabeza abajo, al que le sacaron la poesía a cintarazos, y Babar Shakil, que quiso ser poeta, y supongo que Omar Khayyam, al que le pusieron el nombre de uno aunque nunca llegara a serlo- que la fábula clásica de la Bella y la Bestia es, sencillamente, la historia de un matrimonio concertado.
- Un comerciante ha tenido mala suerte, de forma que promete su hija a un terrateniente rico pero solitario, Bestia Sahib, y recibe a cambio una dote generosa… un gran cofre, creo, de gruesas monedas de oro. Bella Bibi se casa obedientemente con el zamindar, reconstituyendo la fortuna de su padre y, como es natural, su marido, un competo extraño, le parece al principio horrible, hasta monstruoso. Sin embargo, con el tiempo, bajo la influencia benéfica de su amor obediente, él se convierte en príncipe.
- ¿Quieres decir –sugerí yo- que hereda un título? –El Gran Poeta Viviente me miró con tolerancia, echando atrás su melena plateada que le llegaba a los hombros.
- Esa es un observación burguesa –me regañó-. No, naturalmente, la transformación no se produjo en su condición social ni en su personalidad real, corpórea, sino en la forma en que ella lo veía. Imagínatelos acercándose mutuamente, aproximándose con los años desde los polos opuestos de la Belleza y la Bestialidad, para convertirse al fin, felizmente, en simples Marido y Mujer.
El Gran Poeta Viviente era conocido por sus ideas radicales y por la caótica complejidad de su vida amorosa extramarital, de modo que pensé que le agradaría comentando maliciosamente:
- ¿Por qué los cuentos de hadas consideran siempre que el matrimonio es el final? ¿Y por qué es siempre un final tan feliz?
Pero en lugar del guiño entre-hombres o de carcajada que esperaba yo (era muy joven), el Gran Poeta Viviente adoptó una expresión seria.
- Esa es una pregunta muy masculina –respondió-, ninguna mujer se plantearía eso. La tesis de la fábula es clara. La mujer tiene que hacer de tipas corazón; porque si no ama al Hombre, bueno, el muere, la Bestia perece, y la Mujer se queda viuda, es decir, es menos que una hija, menos que una esposa, algo sin valor. –Suavemente, bebió un traguito de su whisky escocés.
- ¿Ysi, ysy –tartamudeé yo-, quiero decir, tío, ysi la chica no puede soportar realmente al marido que le han escogido? –El poeta, que había empezado a tararear versos persas en voz baja, frunció el ceño, con decepción distante.
- Te has occidentalizado demasiado –me dijo-. Deberías pasar algún tiempo, unos siete años o cosa así, no demasiado, con las gentes de nuestras aldeas. Entonces comprenderías que se trata de una historia completamente orienta, y te dejarías de esas idioteces de ysis.
Salman Rushdie. Vegüenza.